Hoy hablaremos de un detalle litúrgico que muchas veces pasamos por alto, pero que tiene una profundidad pastoral sorprendente: ¿quién debería proclamar las lecturas cuando se celebran sacramentos como la Primera Comunión, la Confirmación o el Matrimonio?
Aunque solemos considerar “bonito” que los protagonistas de la celebración lean la Palabra, la Iglesia nos ofrece una orientación que puede cambiar nuestra perspectiva y ayudarnos a vivir estos momentos con mayor plenitud espiritual.
Las celebraciones sacramentales son ocasiones de gracia intensa y de unión profunda con Cristo. Por eso, aunque parezca lógico que un niño que hace su Primera Comunión lea ese día, o que un confirmando proclame una lectura, la Iglesia recomienda algo distinto:
quien recibe el sacramento debe ser más “oyente” que “lector” de la Palabra.
¿Por qué?
Porque la finalidad principal es que la persona reciba el sacramento con serenidad, recogimiento y verdadero encuentro con Jesús. Las tareas litúrgicas —como leer— pueden generar nervios y distracciones innecesarias justo en uno de los momentos más importantes de su vida espiritual.
El Misal Romano también nos recuerda que cada uno debe realizar solo el papel que le corresponde dentro de la liturgia. Y para las lecturas, normalmente, ya existen lectores preparados dentro del equipo de liturgia.
¿Significa esto que está prohibido?
No. La Iglesia no es rígida. Puede haber excepciones legítimas según el discernimiento del sacerdote y las circunstancias. Pero no debería verse como obligatorio ni como la norma general.
Lo esencial es ayudar a que el niño, el joven o los novios vivan el sacramento con calma, sin cargarles responsabilidades que puedan enturbiar ese momento de gracia.
A veces, por cariño o por costumbre, olvidamos que lo más importante en un sacramento es Jesús, no el protagonismo.
Escuchar la Palabra también es un acto profundo de participación.
Dejar que otros lean y permitir que los protagonistas simplemente reciban, puede convertirse en un acto de humildad, entrega y verdadera apertura a la gracia.
La liturgia siempre busca nuestro bien espiritual.
Cada gesto tiene un sentido, y este nos recuerda algo fundamental: antes de hablar la Palabra, debemos aprender a escucharla.
“En un sacramento, quien recibe la gracia debe ser más oyente de la Palabra que lector de ella.”