Hoy vamos a hablar de un hábito que muchos consideran inofensivo… pero que, según explica un exorcista, puede dejar heridas profundas: maldecir. ¿Qué significa realmente? ¿Por qué afecta tanto? ¿Y qué consecuencias tiene para nuestra vida espiritual, emocional y familiar?
Acompáñame a descubrir qué hay detrás de las palabras que decimos sin pensar.
Maldecir no es solo decir palabrotas. El padre Peter Vrabec distingue dos realidades:
? Las maldiciones explícitas, cuando deseamos mal a alguien con palabras.
? Y las “maldiciones afectivas”, frases que hieren, como: “no sirves para nada”, “nunca llegarás lejos”, “eres un inútil”.
Estas palabras, sobre todo cuando vienen de figuras importantes —padres, maestros, familiares— pueden marcar profundamente a una persona.
Incluso expresiones como “demonio”, “diablillo” o insultos repetidos pueden abrir heridas interiores que necesitan sanar con oración, arrepentimiento… e incluso pequeños exorcismos.
El exorcista recuerda algo clave: la palabra es divina. Nosotros hablamos porque participamos de la inteligencia y el amor de Dios. Por eso, cuando usamos la palabra para destruir, insultar o humillar, estamos corrompiendo un don que viene del cielo.
Las maldiciones —incluso las dichas en broma o por costumbre— pueden convertirse en obsesiones, heridas de autoestima, temores o bloqueos espirituales.
Y las más graves son las que se dirigen a Dios: maldecir a la cruz, a la fe, o blasfemar… algo tristemente común en algunas culturas.
También advierte sobre los niños: ellos aprenden rápido y no distinguen el peso de lo que dicen. Por eso es tan importante corregir sin violencia, con firmeza y amor, evitando normalizar el lenguaje vulgar.
Cada palabra negativa deja un rastro. Cada palabra que humilla actúa como una pequeña maldición.
Pero también es cierto que toda palabra puede romperse, sanarse y ser renovada por la gracia.
Las palabras crean mundos. Bendicen o destruyen. Levantan o derriban.
Quizás hoy sea un buen día para revisar nuestro lenguaje… no por moralismo, sino por amor. Porque nuestras palabras son semillas: pueden dar vida o pueden herir.
Dios no se cansa de perdonarnos, pero sí nos invita a crecer, a usar el don del habla para construir y no para dañar.
La pregunta es: ¿Qué tipo de mundo quiero crear con mis palabras?
Gracias por acompañarme en este episodio.
Recordemos siempre que toda palabra tiene un eco… y ese eco vuelve a nosotros.
✨ “La palabra es divina; por eso, cada insulto es un abuso del don que Dios nos dio para amar.” ✨