En el mundo actual, es cada vez más común escuchar a adultos católicos lamentarse de cómo muchos jóvenes abandonan la fe tras graduarse o al comenzar su vida universitaria. Esto ocurre a pesar de que muchos de ellos han sido educados desde pequeños en la fe católica, han asistido a escuelas religiosas y han recibido formación sobre la vida de Jesús y las enseñanzas de la Iglesia. Sin embargo, ese conocimiento intelectual no ha sido suficiente para sostener su fe en medio de los desafíos de la vida adulta.
¿Qué falta entonces en la vida espiritual de muchos jóvenes?
En muchos casos es un verdadero encuentro con Jesús. Se trata de algo más profundo que aprender sobre Él; es una experiencia personal, viva y transformadora. Es la diferencia entre saber quién es Jesús y conocerlo íntimamente como un amigo fiel, alguien real y cercano que participa en nuestra vida diaria.
Como plantea la reflexión:
"¿Has tenido una experiencia viva de Él como amigo leal y fiel, o su imagen te sigue pareciendo demasiado alejada de tus problemas reales como para despertar interés alguno?"
Este tipo de encuentro no siempre ocurre de forma automática por haber recibido educación religiosa. Muchos pueden pasar años en instituciones católicas sin llegar a experimentar a Jesús como una presencia viva en sus vidas.
Jesús está vivo y cercano
San Juan Pablo II lo expresó con claridad:
“Jesús no es solo una gran figura del pasado, un maestro de vida y de moral. Es el Señor resucitado, el Dios cercano a cada persona, con el que podemos hablar y con el que podemos experimentar la alegría de la amistad, la esperanza en los momentos difíciles y la certeza de un futuro mejor.”
Esta enseñanza resalta que Jesús está presente ahora, no es un recuerdo o una lección del pasado, sino alguien que camina con nosotros. Su deseo es acompañar a cada joven en su vida concreta, en sus luchas y sueños, y establecer con ellos una relación viva de amor y amistad.
Abrirse al amor de Cristo
A menudo, los jóvenes no han recibido esta enseñanza fundamental: que Dios los ama profundamente, está a su lado y quiere entrar en su vida. Jesús no está en un lugar lejano, sino que —como dice el Evangelio— está a la puerta y llama (cf. Ap 3,20). Solo espera que le abramos el corazón.
San Juan Pablo II también dijo:
“Queridos jóvenes, ¿quién no quiere amar y ser amado? Pero para experimentar el amor sincero, es necesario abrir la puerta del corazón a Jesús y recorrer el camino que Él trazó con su propia vida: el camino de la entrega.”
Ese camino puede conducir a diferentes vocaciones —matrimonio, vida consagrada o sacerdocio— pero en todos los casos, el punto de partida es el mismo: una experiencia personal del amor de Cristo.
Conclusión: del conocimiento al encuentro
El mensaje central del artículo es que el conocimiento religioso por sí solo no basta. Para que los jóvenes mantengan su fe a lo largo de su vida, necesitan más que clases o doctrina: necesitan encontrarse con Jesús en el camino de su existencia, descubrir que Él está vivo, que los ama y quiere caminar con ellos.
Cuando este encuentro ocurre, la fe deja de ser una teoría o una obligación, y se convierte en una relación viva, transformadora y profundamente personal. Solo entonces puede sostenerse a lo largo del tiempo y dar frutos duraderos.