Introducción
Hoy vamos a reflexionar sobre una verdad que a veces pasamos por alto: somos hijos de Dios. No es solo una frase bonita o una idea simbólica; es una realidad profunda que cambia nuestra forma de vernos a nosotros mismos y de vivir cada día. Pero, ¿cómo es que llegamos a ser llamados hijos de Dios? ¿Qué dice la Biblia al respecto y qué significa para nuestra vida cotidiana?
Desarrollo
La enseñanza del audio parte de un principio clave: no todos los seres humanos nacen siendo hijos de Dios; nos convertimos en hijos por gracia y fe. El Evangelio de Juan 1,12 lo dice con claridad:
“A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”
Esto nos muestra que el ser hijo de Dios es un regalo que recibimos al creer en Cristo y aceptar su obra de salvación. No se trata de méritos personales, sino de una relación que Dios mismo nos ofrece.
También se menciona que el bautismo es un signo concreto de esta adopción: al ser bautizados, entramos a formar parte de la familia de Dios y se nos concede el Espíritu Santo, que nos hace clamar: “¡Abba, Padre!” (Romanos 8,15).
Un punto importante del mensaje es que ser hijos de Dios implica vivir de acuerdo a esa identidad: confiando en su amor, obedeciendo su palabra y reflejando su carácter. No basta con saberlo intelectualmente; debemos vivir como hijos en nuestra conducta diaria, mostrando misericordia y buscando la santidad.
Conclusión
Ser hijos de Dios es el mayor honor y la mayor responsabilidad que podemos tener. Significa que no somos huérfanos espirituales; tenemos un Padre que nos ama, nos cuida y nos guía. Hoy se nos invita a recordar esa identidad y vivir conforme a ella: confiar más, temer menos y reflejar el amor del Padre en nuestras acciones.
La próxima vez que dudes de tu valor o de tu propósito, recuerda estas palabras: “Mira cuánto nos ama el Padre, que se nos llama hijos de Dios… y lo somos” (1 Juan 3,1).