Este castigo tiene un objetivo claro: motivar la conversión, la reflexión sobre la gravedad del pecado y la reconciliación con la comunidad eclesial. Ejemplos recientes de cismas incluyen la ruptura de comunión de algunas monjas Clarisas y la declaración cismática de un arzobispo, recordando que la comunión eclesial es un bien precioso que debe protegerse.
Los fieles pueden colaborar en la sanación del excomulgado a través de la oración, la reparación por el daño causado, la meditación sobre la gravedad de los actos cometidos, el entendimiento del valor de los disensos dentro de la comunión y la exhortación amorosa a la reconciliación. La excomunión refleja la seriedad con la que la Iglesia cuida la unidad de sus miembros y guía a todos hacia la santificación.
La excomunión nos recuerda que la comunión con Dios y con la Iglesia es un tesoro sagrado. No es castigo, sino un llamado a la conversión y al retorno a la gracia. Cada acto de reparación y oración por los hermanos separados fortalece nuestra propia fe y unidad como Cuerpo de Cristo.
La excomunión no es castigo, es medicina del alma.
Busca la conversión, la oración y la unidad con Dios y la Iglesia.